Pregón 2022

Semana Santa 2022

Ilmo. y Rvdo. D. Carlos Manuel Escribano Subías

Me siento muy agradecido de poder participar en un acto tan significativo como es el pregón de Semana Santa de Huesca organizado por la ARCHICOFRADÍA DE LA SANTÍSIMA VERA CRUZ, a quien saludo de corazón y felicito por el gran servicio que hace a la Semana Santa Oscense. Gracias por presentar con tanta fuerza y belleza la Pasión de Nuestro Señor Jesucristo, organizando procesiones y otros actos que se desarrollan en la Semana Santa de Huesca.

Saludo autoridades y un saludo fraterno a todos los que participáis en este acto, también a los cofrades que no han podido venir. Recuperamos la normalidad de la Semana Santa. Después de dos años volvemos a salir. Vuestra invitación a realizar el Pregón fue para el 2020, aunque la pandemia lo imposibilitó.  Por ello, permitidme que mi primer recuerdo sea para nuestros difuntos. Recuerdo que os invito a que se haga oración. Seguro que a muchos oscenses y especialmente a los cofrades, este momento de fe, recuerdo e intimidad, os hace contemplar de modo distinto los pasos con los que vamos a procesionar en estos días santos, de la mano de Cristo sufriente, que nos enseña a abordar el dolor y la frustración desde la experiencia de la fecundidad. Recuerdo que nos hace tener presentes también a tantos hermanos nuestros castigados por las guerras y especialmente en Ucrania.

ESTAMOS EN SALIDA

La Semana Santa de este año nos invita a salir de nuevo. Fijaos que vuestra salida procesional a las calles de Huesca se convierte, quizá sin pretenderlo, en resumen idóneo de la invitación constante que nos propone el Papa Francisco. Somos Iglesia en salida, en estado de Misión permanente. Llamados a salir a las periferias existenciales, a derramar el bálsamo de la misericordia de Dios; a salir de nuestras zonas de confort asumiendo una identidad y un modo de hacer que nos hace vibrar con la fe de un pueblo, a la vez que la alimenta. Salir a la intemperie donde está la multitud que nos espera. A bajar a la plaza a buscar a los otros. Salir al encuentro de tantos que esperan que nuestra propuesta les hable de una vida diferente.

Las Cofradías sois expresión de sinodalidad, espontánea y a la vez vivida. Con gran naturalidad camináis juntos, con la armonía interpelante de vuestras procesiones y con el trabajo callado de tantos para que este milagro cada año sea posible. Trabajo de muchos. Oculto, sincero, ¿enamorado? Trabajo en procesiones, vestimentas, ensayos…con una lógica sugerente y atractiva, profundamente evangélica.

Queridos hermanos cofrades, os animo a recordar la importancia de vuestra participación activa en la tarea evangelizadora de la Iglesia. Las cofradías, y especialmente las de Semana Santa, tenéis un precioso desafío que acometer. Valorar e insertar la religiosidad popular en este dinamismo misionero es uno de los grandes retos que tenemos por delante y que puede ayudaros, cofrades y hermanos, a vivir con más intensidad vuestra relación con Cristo; y, a través de las devociones que con tanto fervor custodiáis, ser artífices del anuncio misionero al que todos estamos llamados.

Las Cofradías y los cofrades han contribuido decisivamente a conservar los valores religiosos de nuestra sociedad. Su labor es hoy más necesaria que nunca, en una época de secularización y descristianización. El Papa Francisco en la Evangelii Gaudium nos recuerda que “en la piedad popular, por ser fruto del Evangelio inculturado, subyace una fuerza activamente evangelizadora que no podemos menospreciar (…) estamos llamados a alentarla y fortalecerla para profundizar el proceso de inculturación que es una realidad nunca acabada. Las expresiones de la piedad popular tienen mucho que enseñarnos y, para quien sabe leerlas, son un lugar teológico al que debemos prestar atención, particularmente a la hora de pensar la nueva evangelización”.

PREGÓN

Cuando uno se asoma al diccionario de la Real Academia Española encuentra dos sugerentes acepciones de la palabra pregón. Por un lado se define como la promulgación o publicación que en voz alta se hace en los sitios públicos de algo que conviene que todos sepan. Y una segunda acepción recoge que se trata de un discurso elogioso en que se anuncia al público la celebración de una festividad y se le incita a participar en ella. La pretensión de mis palabras recoge esta doble propuesta. Creo de verdad que conviene que todos sepan que la Semana Santa oscense con sus procesiones, cofrades y representaciones está muy próxima y que es mucha su belleza y hondura espiritual. Quizá lo más importante es lo que esta pía manifestación evoca: el misterio de la entrega en la cruz de Jesucristo, nuestro Señor, por la salvación de todos los hombres.

Por ello quiero invitarles a participar en ella. No solo por la belleza, recogimiento y solemnidad con la que se celebra, sino también por la fuerza del misterio de amor que pone ante nuestros ojos. Misterio incompresible, desgarrador para muchos y hoy desconocido y vilipendiado casi por igual. Pero esto no es nuevo. La propuesta del crucificado sigue siendo escándalo y necedad como ya nos anunciaba San Pablo. En el fondo nos encontramos ante la expresión sublime de un misterio de amor: el señor Jesús, aquel que murió en el Calvario en Jerusalén y resucitó al tercer día, sigue ofreciéndonos su abrazo paternal con los brazos extendidos, destrozados y clavados al madero del patíbulo.

La Semana Santa oscense se trasforma en retablo callejero que inunda la ciudad de color, tambor y olor a incienso. Un retablo seccionado para que podamos, cada día y en cada procesión, ir contemplando a Jesús en el momento de su entrega. Son escenas profundas, llenas de arte que se desborda y que en su sucederse nos muestran los misterios de la fe y la belleza del mismo Dios. Las imágenes que se nos presentan están preñadas de mensaje y de fe. Son imágenes que para poder comprenderlas hay que contemplarlas desde la oración, desde el diálogo espontaneo que surge del corazón del pueblo, cuando se sorprende amado por el Hijo del hombre.

Hermanos y cofrades, nos proponéis una manera nueva de encontrar a Dios. Vivimos en un contexto que diluye la interioridad. Nuestras procesiones se convierten en un lugar de encuentro, en un momento para revivir tradiciones, de trabajar en una actividad con sentido y en una gran invitación a orar. Sí, los que procesionáis debéis contagiarnos con vuestra oración para ayudarnos a contemplar con ojos verdaderos todo aquello que vais a presentar ante nosotros. Pensad que las procesiones, la sobria belleza de vuestros pasos, son retablos andantes que, en sus orígenes, muchos calificaban como la Biblia de los pobres. Hoy sois la Biblia de los alejados. Mostráis un hálito impalpable que se trasforma en un movimiento del alma.     

Vuestras procesiones, especialmente la general del Viernes Santo, ponen ante nuestros ojos un auténtico auto sacramental. Se nos narra una historia que se repite todos los años, y que, sin embargo, cada año nos resulta nueva. El Señor y su Madre son los protagonistas principales. Y con ellos vosotros, todos los que nos hacéis esta propuesta que trasciende la historia. Y con vosotros, los que la reciben: tantos hombres y mujeres que contemplando la Pasión de Cristo se descubren conversando con Alguien que les sume en un diálogo de amor en el que se sienten sorprendidos ante una entrega sin condiciones. Las cofradías hacéis de enlace y en medio del dramatismo de la Pasión, sois capaces de mostrarnos con serena belleza el hondón de lo que cada paso, cada cofradía y cada cofrade nos invita a descubrir.

Os animo a adentrarnos en esa invitación que nos hacéis para poder contemplarla con sentido de fe. El hombre necesita ver y sentir. Así lo entendió Dios y envió a su Hijo -imagen viva de Dios- que se reviste de lo sensible, de la humanidad. Lo divino quedaba oculto a los sentidos. Pero, a través de lo humano, se hacía comprender que allí estaba Dios, que Cristo era Dios. ¡Cómo se refleja esa unidad de lo humano y lo divino en las procesiones oscenses y en la representación de la pasión! Igual que la palabra es para el oído, la imagen lo es para la vista. Cristo es la palabra de Dios. La humanidad de Cristo es imagen que habla y dice los misterios de Dios. De la imagen visible transciende el hombre al amor de lo que no ve. Pero lo que ama no es la copia, sino el original representado. Y el hombre que contempla la imagen debe transformarse en imagen de Cristo.

EL RELATO

Sí, hacernos uno con El. Para ello vamos a adentrarnos en el relato:

El Misterio de la pasión tiene un preámbulo pleno de intensidad. Lo muestran vuestras Cofradías y vuestros pasos: la de San Joaquín y Santa Ana con la entrada de Jesús en Jerusalén, La cofradía salesiana del Santo Cáliz con la Institución de la Eucaristía. El apostolado de la Oración con la Oración en el Huerto. Y la Cofradía del Prendimiento con el apresamiento del Señor. Lo que vemos nos anuncia la grandeza de lo que queremos celebrar. La belleza nos conduce al Autor de la misma. Todo lo que veamos y escuchemos nos hace sentir una sorprendente sinfonía de un clamor que se hace silencio para que se escuche el clamor de la Palabra.  Palabra que hoy habla al corazón de cada persona y le muestra un camino: para amar hay que aprender hacerlo hasta el final, hasta el extremo. Y para que le entendamos sin problemas el mismo lo escenifica: lava los pies a sus discípulos. Esa es la pedagogía de Jesús: lo que dice, lo hace. Da ejemplo. Se convierte, por amor, en el servidor de todos.

En la Semana Santa de Huesca todo está ordenado y bien dispuesto, pero no sólo para contemplar, oír y llenar el sentimiento, sino para leer. Pues en cada una de esas imágenes y símbolos se muestra el libro de la revelación, la historia sagrada, el evangelio de Cristo. El libro es hermoso; el contenido más. Pues el arte se hace catequesis y ayuda para que pueda resonar ante los sentidos el misterio que Dios ha descubierto en la vida de Jesucristo.

Y el relato cobra dramatismo: la espina y el clavo van entrando en escena. Momentos ásperos pero tratados con respeto y cariño por nuestras cofradías. La Cofradía de Jesús atado a la columna, el paso de la flagelación (vera cruz), la cofradía de la Preciosísima Sangre portando a Jesús coronado de espinas; la hermandad de Cristo de los Gitanos y la Cofradía del ECCE HOMO, son los que nos muestran al Varón de Dolores: ¡eh ahí el Hombre! Jesús pronuncia una palabra nueva con su silencio. Muchos corazones se sentían interpelados por aquel hombre que hablaba con autoridad. Ahora todas aquellas alocuciones se actualizaban de modo macabro al ritmo que imponían los verdugos con sus golpes. “Haced el bien a los que os maldicen”, “ofreced la mejilla izquierda a los os abofetean en la derecha”, “bienaventurados los perseguidos por la justicia”. Todas aquellas frases resonaban en la mente de los testigos y los insultos y los golpes actuaban a modo de cincel que graba en sangre para la historia la grandeza de un mensaje.

Y a Jesús le roban la vida…y quieren robarle también la muerte. Con que determinación se narra este momento cumbre en vuestras las calles. El Sanedrín induce a Pilatos a crucificarle. El pacífico condenado por violento; el que había propuesto un Reino que no es de este mundo, el Reino de Dios, es acusado de conspirar contra el reino de los hombres. La Cruz irrumpe con fuerza inusitada en el corazón de la ciudad. Aparece en las calles de Huesca transformándolas en la Vía Dolorosa o el Calvario. Las cofradías y los pasos se suceden, afanosos por presentarnos con detalle todo lo que allí sucedió. Jesús con la Cruz a cuestas, portado por la cofradía de Nuestro Padre Jesús Nazareno, la Verónica y la caída de Jesús en la Calle de la Amargura (Vera Cruz). Cristo cae, pero junto a Él aparece un hombre cuyos ojos compasivos nos comprometen. Son los ojos de un hombre que recibe su bautismo al abrazar el madero. Aquel deshecho humano, aquel reo exhausto, casi moribundo, le regala la vida. Simón, el cirineo, tiene la oportunidad en aquel encuentro inopinado de hacer realidad el evangelio de Jesús: “Cuando lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis[1]. Las palabras de Jesús comienzan a cumplirse. Su sangre está siendo redentora, antes incluso, de ser clavado en la Cruz. “A mí me lo hicisteis”. Esta frase estalla en los oídos del creyente. El cirineo abre un camino de salvación que muchos han seguido. Si, el Señor se empeña en seguir apareciendo ante nuestra mirada, para que fijemos los ojos en Él y le descubramos en el desfigurado disfraz del pobre y del que sufre. Ese mirar acuña en el corazón del que observa con profundidad la escena el mandamiento nuevo del amor.

Dejadme que me detenga un momento en María. Si contemplamos nuestras calles y los rincones de nuestra ciudad y especialmente en estos días, María siempre está presente, mostrándonos a su Hijo, en una carrera serena, bella, armónica como lo son nuestras procesiones. Sí, María se va a hacer presente en nuestras calles acompañando el dolor de su Hijo. La habéis portado como maestra paciente que intenta, olvidándose de sí, enseñarnos a contemplar la grandeza de cada uno de los misterios de la Pasión que nos presentan vuestras cofradías y hermandades. Misterio que cada corazón debe descifrar, que al principio nos da vértigo pero que, al ir desvelándolo, engendra en nosotros alegría y la paz.

Y en la noche oscense irrumpe María, portada por la Cofradía de la Dolorosa. Sale al encuentro del Hijo. Y en el encuentro se miran, Jesús y María. No renuncio a imaginar la mirada de la Madre. Dejad que use palabras de otro (Martín Descalzo): “Se miran. Y en la mirada se abrazan sus almas. Y el dolor de los dos disminuye al saberse acompañados. Y el dolor de los dos crece al saber que el otro sufre. Y luego los dos se olvidan de sus dolores para unirse en la aceptación. Es ahí – en la común entrega – donde se sienten verdadera y definitivamente unidos. Lo que en realidad distingue a estos dos corazones de todos cuantos han existido no es la plenitud de su dolor, sino la plenitud de su entrega”.

Y Cristo entrega la vida. Las cruces de vuestra semana santa nos lo recuerdan: el Cristo del Perdón, el Cristo de la Enclavación, el Cristo de la esperanza. Las distintas advocaciones recogen el sentir de quíen observa. Sí necesitamos perdón. Anhelamos esperanza.

La Cofradía del Santo Cristo de los milagros nos invita a ponernos ante el Calvario. Jesús, los reos ejecutados con él, su Madre, el discípulo a quien tanto amaba. Que intensidad. Y en aquel momento de aparente desconcierto surge la esperanza:   el buen ladrón mira a Jesús bajo un rostro desfigurado, en un cuerpo roto. E intuye su misterio. Un cartel pende de la cruz: aquel hombre, compañero de suplicio, es rey. Al mirarle descubre en sus ojos la mirada de Dios. Y “le miró amándole[2]. Es la misma mirada que perdonó al joven rico cuando, subiendo a Jerusalén, se lo cruzó cerca de Jericó. Es la mirada de Cristo que en su entrega por amor no debe dejarnos indiferentes. Aquel agonizante se encuentra con la vida. Se da cuenta de que aquel crucificado a su lado hace realmente visible el rostro de Dios. El Señor acoge siempre, incluso cuando hemos estado separados de ÉI.

Hacer historia personal las Palabras y gestos de Jesús, se nos presenta como una misión que nos desconcierta. Pero el Señor tiene una pedagogía a la que no está dispuesto a renunciar. La ha practicado en su vida pública, la ha plasmado en la última cena al lavar los pies de sus apóstoles, ha reproducido en su entrega la paradoja del grano de trigo: para vivir hay que morir. Sí morir amando hasta el extremo, hasta el final, sin reservarse nada. Y ahora nos la propone a nosotros. Habla desde la fuerza del compromiso y del testimonio, sus palabras no son huecas. Aquello que dice o propone está el dispuesto a cumplirlo primero. El toque de los tambores, que resonarán por nuestras calles, acompañando el paso de nuestras procesiones, son majestuosos ecos que nos muestran la Palabra muda que pronunciaran las imágenes procesionales como mensaje que mendiga nuestra respuesta.

Y el Señor ha entregado su vida. Todo ha terminado. El paso de la Piedad portado por las amas de casa y la cofradía del Descendimiento y lágrimas de Jesús nos muestran aquella aparente derrota. Aparecen ahora dos personajes que poco protagonismo han tenido en el relato de la pasión: José de Arimatea y Nicodemo. Los más cercanos se han dispersado casi todos. Pero surgen desde el primer momento los frutos que provienen de la entrega generosa de Cristo. El Señor ha muerto, sus enemigos han triunfado sobre Él. Aun en la derrota los corazones de aquellos que buscan la verdad empiezan a intuir que algo va a ocurrir y van perdiendo el miedo. Es el momento de la Misericordia que aquellos hombres abrazando a Jesús mendigan sin reparo.

Y como a ellos, también el Señor quiere regalarnos a todos su Misericordia. Los días santos son el tiempo de la misericordia por excelencia. Nos lo recuerda el Papa Francisco. “Este es el tiempo de la misericordia. Cada día de nuestra vida está marcado por la presencia de Dios, que guía nuestros pasos con el poder de la gracia que el Espíritu infunde en el corazón para plasmarlo y hacerlo capaz de amar. Es el tiempo de la misericordia para todos y cada uno, para que nadie piense que está fuera de la cercanía de Dios y de la potencia de su ternura. Es el tiempo de la misericordia, para que los débiles e indefensos, los que están lejos y solos sientan la presencia de hermanos y hermanas que los sostienen en sus necesidades. Es el tiempo de la misericordia, para que los pobres sientan la mirada de respeto y atención de aquellos que, venciendo la indiferencia, han descubierto lo que es fundamental en la vida. Es el tiempo de la misericordia, para que cada pecador no deje de pedir perdón y de sentir la mano del Padre que acoge y abraza siempre”[3].

Y de repente la quietud, una quietud yacente, como yerta. No es sosiego, es vacío. El Cristo yacente que procesiona por nuestras calles como expresión incoada de todo lo salvado. Cristo yace cual llanura, horizontal, tendido, aparentemente sin alma y sin espera, con los ojos cerrados cara el cielo. Pero la muerte no puede decir la última palabra. Hay que esperar.  Y al final llega la fiesta. Huesca se llena de alegría. El resucitado y la Virgen de la esperanza se encuentran. Dejemos que hable la liturgia de la Iglesia:


Lucharon vida y muerte

en singular batalla,

y, muerto el que es la Vida,

triunfante se levanta.

Primicia de los muertos,

Sabemos por tu gracia

que estás resucitado;

la muerte en ti no manda

Rey vencedor, apiádate

de la miseria humana

y da a tus fieles parte en tu victoria santa.

[1] Mt 25, 40.

[2] Mc 10, 21.

[3] Francisco, Misericordia et Misera

INVITACIÓN FINAL

Oscenses y cofrades, amigos todos, salid a las calles de nuestra ciudad. La Semana Santa de Huesca, con las procesiones de nuestras cofradías y la representación de la Pasión, es un tiempo propicio para participar en estas celebraciones hondas y expresivas.

Una de las cosas más intensas de nuestras procesiones, son los momentos previos a salir a la calle, el día que toca. He tenido la oportunidad de vivirlo como Consiliario en una cofradía zaragozana y como Obispo tanto en Teruel como en Calahorra. Ver como los hombres y mujeres de nuestras cofradías se preparan para salir, impresiona. Todo debe estar en orden. ¡Y lo está! Es mucho el trabajo para que así sea. Horas de ensayos, horas de preparativos, reuniones, trabajo oculto y tiempo invertido, birlado en tantas ocasiones a la familia y a los amigos, ilusión a raudales… y mucha fe. La tensión confiada de que el tiempo respete. El querer que la gente que observa desde fuera, se sienta sorprendida por la oculta grandeza de aquello que se nos presenta. ¡Y adelante, a llevar a Jesucristo a nuestras calles!

Algunos se preguntan, quizás un tanto sorprendidos, por las razones de la participación multitudinaria, de esta convocatoria a la que acuden personas tan diferentes: familias enteras, los que están fuera y vienen a celebrar su Semana Santa, los que se alejaron de la práctica cristiana… Sin la fe que lo justifica, la familia que lo celebra y Huesca que pone lo mejor de su cultura cristiana, nada en la Semana Santa sería explicable. Lo que celebramos no es sino la memoria de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor Jesucristo.

Las celebraciones litúrgicas que tendrán lugar en la Catedral y en las parroquias de Huesca, los toques de los tambores y los bombos, el olor a incienso y el colorido de vuestros trajes penitenciales, la representación de la Pasión en nuestras calles, seguro que avivan nuestros sentidos para descubrir el hondón de lo que se representa. Ese descubrimiento, puede ser un buen motivo para ponernos a caminar. Para encarnar en la realidad y en la historia los acontecimientos que ponéis ante nuestros ojos, no como una fábula épica del pasado, sino como algo que ocurrió de verdad y que sigue aconteciendo en este tercer milenio. La solidaridad, el compromiso con los pobres, el amor a los que sufren, la entrega generosa de lo que somos y tenemos, el amor más grande, volverá a tomar nuestras calles al paso de las procesiones. Las procesiones no terminan cuando los pasos vuelven a sus sedes. Ni cuando os quitáis vuestros terceroles y capirotes. Es entonces cuando empiezan de otro modo. El de nuestro compromiso. Sed misioneros del amor y de la ternura de Dios, que siempre perdona y espera. Ocupad el lugar de Nicodemo o de José de Arimatea, del Cirineo o de María, nuestra Madre, abrazad siempre al abandonado como si acogieseis al mismo cuerpo de Cristo. No lo olvidéis, cada imagen, cada paso, cada cofrade nos presentarán una historia inacabada cuyo final requiere tu implicación y la mía.

Muchas gracias.

Ilmo. y Rvdo. D. Carlos Manuel Escribano Subías.
Arzobispo de Zaragoza.